SANTA MISA Y CANONIZACIÓN DE LOS BEATOS JUAN XXIII YJUAN PABLO II
Plaza de San Pedro
II Domingo de Pascua (o de la Divina Misericordia), 27 de
abril de 2014
En el centro de este domingo, con el que se termina la
octava de pascua, y que san Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina
Misericordia, están las llagas gloriosas de Cristo resucitado.
San Juan XXIII y san Juan Pablo II tuvieron el valor de
mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado
traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de
él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano (cf. Is 58,7),
porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos,
llenos de la parresia del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y
el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia.
En este servicio al Pueblo de Dios, san Juan Pablo II fue el
Papa de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser
recordado, como el Papa de la familia. Me gusta subrayarlo ahora que estamos
viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias, un camino que
él, desde el Cielo, ciertamente acompaña y sostiene.
Que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios
intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de camino sinodal,
sea dócil al Espíritu Santo en el servicio pastoral a la familia. Que ambos nos
enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el
misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama.
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