martes, 30 de septiembre de 2014

Para todo el que cree en la familia

En la víspera del Sínodo surge de la Conferencia Episcopal Italiana (Cei) una iniciativa de oración para “encender una luz en familia” en la plaza de San Pedro y en todas las casas.




Un momento público de oración y de reflexión, que culminará con la intervención del Papa Francisco.

Lo propone, en la víspera del próximo Sínodo de la Familia, la Oficina Nacional para la pastoral de la familia de la Conferencia episcopal italiana organizando un encuentro para el 4 de octubre, de las 18 a las 19.30 horas en la Plaza de San Pedro.

La iniciativa, en la que participarán también los padres sinodales, será filmada por el Centro Televisivo Vaticano y retransmitida en directo por Tv2000 y por las demás cadenas católicas. “La primera modalidad de participación – escribe el director de la Oficina de la Cei, don Paolo Gentili, en la carta de convocación dirigida a” todo aquel que cree en la familia” – será la de venir a Roma, a la plaza de San Pedro.



Una segunda modalidad es lo que hemos llamado ‘enciende una luz en familia’. Se trata de reproducir en su propio espacio lo mismo que se vivirá en la plaza de San Pedro, ya sea de manera doméstica en su propia casa, ya sea de manera comunitaria en grupos parroquiales o diocesanos, un encuentro en el que se invoque al Espíritu Santo y se ponga en la ventana del lugar dónde se esté reunido el signo de una luz encendida”.

jueves, 25 de septiembre de 2014

IS 48, 13-15

¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré, dice el Señor.

viernes, 19 de septiembre de 2014

Nota del Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal Española con motivo de los actos convocados a favor de la vida humana.


En defensa de los más débiles


 
Este fin de semana tendrán lugar en diferentes ciudades de España una serie de actos, promovidos por la sociedad civil, a favor de la vida humana. En este contexto, el Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal Española, reunido en sesión ordinaria, quiere hacer oír su voz una vez más, como siempre ha hecho en cualquier coyuntura social y política, para recordar el valor sagrado de la vida humana, desde la concepción hasta su fin natural.

Como afirma el Papa Francisco, en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, "entre los débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana (...) quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo (...). No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana".

Asimismo, como también señala el Papa, hemos de hacer más "para acompañar adecuadamente a las mujeres que se encuentran en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una rápida solución a sus profundas angustias".

Es tarea de todos responder a esas situaciones por el camino de la vida y no por el de la muerte de un ser inocente. Un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cada etapa de su desarrollo. Es un fin en sí mismo y nunca un medio para resolver otras dificultades.

 

martes, 16 de septiembre de 2014

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO SOBRE LA FAMILIA Y EL MATRIMONIO EN LA FIESTA DE LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

La prima Lectura nos habla del camino del pueblo en el desierto. Pensemos en aquella gente en marcha, siguiendo a Moisés; eran sobre todo familias: padres, madres, hijos, abuelos; hombres y mujeres de todas las edades, muchos niños, con los ancianos que avanzaban con dificultad… Este pueblo nos lleva a pensar en la Iglesia en camino por el desierto del mundo actual, nos lleva a pensar en el Pueblo de Dios, compuesto en su mayor parte por familias.

Y nos hace pensar también en las familias, nuestras familias, en camino por los derroteros de la vida, por las vicisitudes de cada día… Es incalculable la fuerza, la carga de humanidad que hay en una familia: la ayuda mutua, la educación de los hijos, las relaciones que maduran a medida que crecen las personas, las alegrías y las dificultades compartidas… En efecto, las familias son el primer lugar en que nos formamos como personas y, al mismo tiempo, son los “adobes” para la construcción de la sociedad.

Volvamos al texto bíblico. En un momento dado, «el pueblo estaba extenuado del camino» (Nm 21,4). Estaban cansados, no tenían agua y comían sólo “maná”, un alimento milagroso, dado por Dios, pero que, en aquel momento de crisis, les parecía demasiado poco. Y entonces se quejaron y protestaron contra Dios y contra Moisés: “¿Por qué nos habéis sacado…?” (cf. Nm 21,5). Es la tentación de volver atrás, de abandonar el camino.

Esto me lleva a pensar en las parejas de esposos que “se sienten extenuadas del camino”, del camino de la vida conyugal y familiar. El cansancio del camino se convierte en agotamiento interior; pierden el gusto del Matrimonio, no encuentran ya en el Sacramento la fuente de agua. La vida cotidiana se hace pesada, y muchas veces “da náusea”.



En ese momento de desorientación –dice la Biblia–, llegaron serpientes venenosas que mordían a la gente, y muchos murieron. Esto provocó el arrepentimiento del pueblo, que pidió perdón a Moisés y le suplicó que rogase al Señor que apartase las serpientes. Moisés rezó al Señor y Él dio el remedio: una serpiente de bronce sobre un estandarte; quien la mire, quedará sano del veneno mortal de las serpientes.

¿Qué significa este símbolo? Dios no acaba con las serpientes, sino que da un “antídoto”: mediante esa serpiente de bronce, hecha por Moisés, Dios comunica su fuerza de curación, fuerza de curación que es su misericordia, más fuerte que el veneno del tentador.

Jesús, como hemos escuchado en el Evangelio, se identificó con este símbolo: el Padre, por amor, lo ha “entregado” a Él, el Hijo Unigénito, a los hombres para que tengan vida (cf. Jn 3,13-17); y este amor inmenso del Padre lleva al Hijo, a Jesús, a hacerse hombre, a hacerse siervo, a morir por nosotros y a morir en una cruz; por eso el Padre lo ha resucitado y le ha dado poder sobre todo el universo. Así se expresa el himno de la Carta de San Pablo a los Filipenses (2,6-11). Quien confía en Jesús crucificado recibe la misericordia de Dios que cura del veneno mortal del pecado.

El remedio que Dios da al pueblo vale también, especialmente, para los esposos que, “extenuados del camino”, sienten la tentación del desánimo, de la infidelidad, de mirar atrás, del abandono… También a ellos Dios Padre les entrega a su Hijo Jesús, no para condenarlos, sino para salvarlos: si confían en Él, los cura con el amor misericordioso que brota de su Cruz, con la fuerza de una gracia que regenera y encauza de nuevo la vida conyugal y familiar.
El amor de Jesús, que ha bendecido y consagrado la unión de los esposos, es capaz de mantener su amor y de renovarlo cuando humanamente se pierde, se hiere, se agota. El amor de Cristo puede devolver a los esposos la alegría de caminar juntos; porque eso es el matrimonio: un camino en común de un hombre y una mujer, en el que el hombre tiene la misión de ayudar a su mujer a ser mejor mujer, y la mujer tiene la misión de ayudar a su marido a ser mejor hombre. Ésta es vuestra misión entre vosotros. “Te amo, y por eso te hago mejor mujer”; “te amo, y por eso te hago mejor hombre”. Es la reciprocidad de la diferencia. No es un camino llano, sin problemas, no, no sería humano. Es un viaje comprometido, a veces difícil, a veces complicado, pero así es la vida. Y en el marco de esta teología que nos ofrece la Palabra de Dios sobre el pueblo que camina, también sobre las familias en camino, sobre los esposos en camino, un pequeño consejo.



Es normal que los esposos discutan. Es normal. Siempre se ha hecho. Pero os doy un consejo: que vuestras jornadas jamás terminen sin hacer las paces. Jamás. Basta un pequeño gesto. Y de este modo se sigue caminando. El matrimonio es símbolo de la vida, de la vida real, no es una “novela”. Es sacramento del amor de Cristo y de la Iglesia, un amor que encuentra en la Cruz su prueba y su garantía. Os deseo, a todos vosotros, un hermoso camino: un camino fecundo; que el amor crezca. Deseo que seáis felices. No faltarán las cruces, no faltarán. Pero el Señor estará allí para ayudaros a avanzar. Que el Señor os bendiga.