Este año el lema es genial "HAY MUCHA VIDA EN CADA VIDA"
El mensaje de nuestros obispos dice:
"1. Al celebrar la Jornada por la Vida queremos reconocer el
don precioso de la vida humana, independientemente de cualquier
circunstancia o condición. Toda vida humana es valiosa porque es
imagen de Dios. Esta es la gran revelación sobre la naturaleza humana:
«Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo
creó, varón y mujer los creó» (Gén 1, 27). Para Dios, todos y cada
uno de los seres humanos poseen un valor excepcional, único e irrepetible.
Nuestra vida es un don que brota del amor de Dios que reserva
a todo ser humano, desde su concepción, un lugar especial en
su corazón, llamándolo a la comunión gozosa con Él. En toda vida,
en la recién concebida, en la débil o sufriente, podemos reconocer el
sí que Dios ha pronunciado sobre ella de una vez para siempre. Aquí
se fundamenta la razón de hacer de este sí la actitud justa y propia
hacia cada uno de nuestros prójimos sea cual sea la situación en que
estos se encuentren1
.
2. Dios nos ha regalado la vida y ha confiado la vida de cada
persona a los demás, en una fraternidad real que procede de Dios
Padre, que nos hace hermanos y nos indica la verdad de ser don
para el otro y de aprender a acoger el don que el otro supone para
mí. El ser humano no es una isla, no es una realidad encerrada en sí
misma, sino un ser en relación. La experiencia muestra con claridad que el ser humano solo alcanza su plenitud en la comunicación y
el diálogo interpersonal que genera la comunión. Asímismo, el ser
humano es una misteriosa combinación de pobreza y grandeza. Nadie
puede desarrollarse en plenitud en soledad, sino viviendo en comunión
recíproca con los demás. Y, al mismo tiempo, todos y cada
uno de nosotros somos capaces de enriquecer a los demás. En estos
tiempos en los que el individualismo y la autosuficiencia calan en
nuestra sociedad, conviene recordar que todos, de alguna manera,
somos seres dependientes y necesitados. Nadie puede alcanzar una
vida plena si no es con la ayuda de los demás, si no es mediante la
aceptación del don de otro que colma mi indigencia.
3. Algunas personas vienen al mundo con una particular
necesidad, vulnerabilidad o discapacidad. Lamentablemente hay
quien piensa que esas vidas no merecen la pena y no son dignas
de ser vividas. Ello es debido a que se considera que la vida solo
merece respeto cuando supera un cierto nivel de “calidad de vida”.
Esta forma de pensar muestra la incapacidad de apreciar el valor y
la dignidad de toda vida humana, más allá de sus condicionantes,
así como una deplorable dosis de autocomplacencia, falsa seguridad
y orgullo que termina por minusvalorar o despreciar, aunque sea de
modo soterrado o sutil, a la persona débil o enferma.
4. ¿Cómo calificar un mundo que negara la acogida y protección
a los más débiles? ¿Qué tipo de sociedad estaríamos construyendo
si minusvaloramos o rechazamos al que es más vulnerable y
está más necesitado? Las personas discapacitadas nos muestran la
grandeza de su corazón y de su existencia. Son los campeones de la
vida por su coraje, un ejemplo para todos y un verdadero testimonio
de la grandeza de su existencia. Reflejan los valores más genuinos
del ser humano, que posee un valor infinito con independencia de
cualquier condicionamiento físico, psíquico, social o de cualquier
otra índole. Son personas grandes, capaces de darlo todo, capaces de enriquecer a los demás y capaces de acoger a todos. Esto se pone
de manifiesto en la existencia cotidiana de tantas familias que han
aprendido a mirar la vida desde otra perspectiva con la llegada de
un hijo con alguna discapacidad. Conocemos tantísimos testimonios
de familias que afirman que sus hijos “especiales” (y qué hijo
no es especial e irrepetible para su padre y su madre) son fuente de
felicidad en sus casas, verdadero testimonio de amor y esperanza, y
que ayudan a crecer en humanidad a todos los miembros de la familia.
Como toda vida humana sabemos que esas vidas también son,
como las nuestras, una misteriosa mezcla de indigencia y grandeza,
de necesidad y riqueza.
5. Todos estamos llamados a implicarnos en la defensa de la
vida, especialmente de la más vulnerable, débil e indefensa. Debemos
construir una verdadera comunidad humana en la que todos
nos percibamos como un inmenso don de Dios llamados a cuidarnos
los unos de los otros, a socorrer nuestra indigencia con la grandeza
de la vida del prójimo y viceversa, en una sinfonía de la caridad,
en la que al dar la propia vida y recibir la del prójimo crecemos
como personas y edificamos un mundo verdaderamente humano.
El Hijo de Dios, tomando carne de María, nos ha mostrado la altura,
anchura y profundidad del amor que verdaderamente puede saciar
el corazón humano. El Espíritu, que es artífice de comunión en
el amor, crea entre nosotros una nueva fraternidad reflejo de la vida
de Dios que es comunión de Personas. Por eso, el compromiso al
servicio de la vida obliga a todos y cada uno. Es una responsabilidad
propiamente «eclesial», que exige la acción concertada y generosa
de todos los miembros y estructuras de la comunidad cristiana. Sin
embargo, la misión comunitaria no elimina ni disminuye la responsabilidad
de cada persona, a la cual se dirige el mandato del Señor
de «hacerse prójimo » de cada ser humano: «Vete y haz tú lo mismo»
(Lc 10, 37).
6. Este compromiso comunitario requiere la participación social
y política en vistas al bien común. Por eso, cada uno de nosotros,
las familias como sujetos de la vida social, asociaciones civiles
e instituciones debemos trabajar con audacia, constancia y creatividad
para que las leyes e instituciones civiles defiendan y promuevan
el derecho a la vida desde su concepción hasta su muerte natural,
reformando o derogando aquellas legislaciones injustas, como las
actualmente vigentes, y promoviendo iniciativas que defiendan, tutelen
y promuevan el derecho a la vida de todo ser humano como
fundamento de una sociedad verdaderamente humana. En esta
solemnidad de la Anunciación queremos encomendar a todas las
familias y a quienes se encuentran en situación de debilidad, sufrimiento
o exclusión al cuidado materno de María, de cuyo seno
hemos recibido al Autor de la Vida. Con afecto fraterno.