La Iglesia se ha visto notablemente enriquecida doctrinal y pastoralmente con la enseñanza de Juan Pablo II. Sobre todo con ese tríptico, centro de referencia indispensable, constituido por la exhortación apostólica Familiaris consortio, fruto del Sínodo sobre la familia de 1980, el primero de su pontificado; la Carta a las familias, Gratissimam sane, con ocasión del Año Internacional de la Familia, en que retoma, profundizándolos, temas centrales para la identidad de la familia y su misión; y la encíclica Evangelium vitae, el más vigoroso anuncio y defensa del evangelio de la vida.
Sería necesario emplear mucho tiempo para poder referirme a tantos otros significativos escritos, entre ellos destacar Mulieris dignitatem -en que subraya la misión irreemplazable de la mujer como esposa, madre, hermana, y el beneficio que aporta a la sociedad en su progresiva inserción, sin discriminación.
Mención especial merecen los mensajes y las homilías en los Encuentros Mundiales con las Familias.
La plena vigencia de la familia, fundada sobre el matrimonio, y la fidelidad de la gran mayoría, como vivo testimonio, son la mejor respuesta a quienes aseguraban la extinción de esta institución natural que, vuelta añicos por nuevos proyectos culturales y políticos, sería sustituida por otros modelos y alternativas que alteran el tejido sano de la comunión conyugal. Hay signos esperanzadores que suscitan una renovada confianza en el futuro.
Juan Pablo II deja un gran legado en el que debemos, sin duda, profundizar.
Fuente : Conferencia del Cardenal Alfonso López Trujillo
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