Mensaje de
los obispos
de la Comisión Episcopal de Apostolado
Seglar (CEAS) conmotivo del Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar
Solemnidad de Pentecostés, 24 de mayo
de 2015
El anuncio del Evangelio de la familia constituye una urgencia para la
nueva evangelización como nos recuerdan los padres sinodales (n. 29). Esta
tarea es responsabilidad de todo el Pueblo de Dios. En el seno de la Iglesia
existen diversas vocaciones, carismas, ministerios, condiciones de vida y
responsabilidades que se complementan. Como nos propone la exhortación Christifideles
laici, gracias a esa diversidad y complementariedad, cada fiel laico está
en disposición de ofrecerle su propia aportación1. Toda vocación cristiana es, pues,
una vocación al apostolado, a la misión. El matrimonio que funda la familia, es
una vocación a la que Dios llama como camino de seguimiento y santidad,
haciendo así de la familia lugar y fuente de evangelización, por ser vocación
cristiana.
La familia debe tomar conciencia gozosa de su misión en la Iglesia, para
ello hay que proponer caminos que permitan a la familia alcanzar su plenitud
de vida humana y cristiana2. A esta apasionante tarea estamos llamados todos los
que formamos parte de la Iglesia, asumiendo cada uno su papel. Esto conlleva
alumbrar un cambio que permita trasformar la pasividad en protagonismo,
animando a la familia a asumir su misión evangelizadora3. Ello pasa porque los cónyuges, y
toda la familia, asuman la responsabilidad que les viene conferida por su
pertenencia a la Iglesia a través del bautismo y concretada de una forma
especial por la gracia sacramental del matrimonio. Para conseguir este
objetivo, toda la comunidad eclesial debe alentar a las familias a descubrir
el plan que Dios ha establecido para ellas y ayudarles a conseguir que se
convierta en realidad.
La
familia se enfrenta hoy a un gran cambio social que repercute profunda y
agresivamente en ella. «La familia atraviesa una crisis cultural profunda, como
todas las comunidades y vínculos sociales. En el caso de la familia, la
fragilidad de los vínculos se vuelve especialmente grave porque se trata de la
célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la
diferencia y a pertenecer a otros, y donde los padres transmiten la fe a sus
hijos. El matrimonio tiende a ser visto como una mera forma de gratificación
afectiva que puede constituirse de cualquier manera y modificarse de acuerdo
con la sensibilidad de cada uno»4. Existen,
además, los grandes problemas sociales que asolan a tantas familias (paro, vivienda,
seguridad, emigración, droga...).
En este contexto hay que ayudar a la familia cristiana a redescubrirse
siendo ella misma, con todo el potencial misionero que tiene. Nacida del amor,
la familia recibe la misión de «custodiar, revelar y comunicar el amor»5.
La familia cristiana, reunida por el Señor a través del sacramento del
matrimonio, es una verdadera «iglesia doméstica», una imagen viva y una
representación histórica del misterio mismo de la Iglesia. Lo propio y
original de esta «iglesia doméstica», lo que la distingue de las otras
manifestaciones de la Iglesia de Cristo, es su condición de comunidad de vida y
amor. En ella la comunión que crea el Espíritu, se expresa y realiza en la
íntima y total unión de los esposos, como unión de cuerpos, de sentimientos y
de voluntades, como entrega y aceptación mutua y generosa de todo lo que
constituye a las personas que la integran. De manera que el amor y la vida son,
al mismo tiempo, gracia que la familia recibe de Dios y testimonio que ella
transmite para renovación de la humanidad.
Una tarea
fundamental para la familia es la construcción responsable y generosa de la
comunión de personas. Esa comunión es parte de la misión encomendada a la
«iglesia doméstica». Por eso los cónyuges deben trabajar para construir esa
comunión íntima que implica la donación personal y total, la unidad, la
fidelidad y el valor de la indisolubilidad. Esta comunión se extiende a los
demás miembros de la familia recibidos con generosidad, como signo de sentirse
copartícipes de la obra creadora de Dios. Así todos ellos cumplen su misión
dentro de la Iglesia confirmando y perfeccionando la comunión familiar. La
oración compartida en el seno de la familia ayuda a construir esa comunión.
Asumiendo esta tarea la familia descubre el gozo de la búsqueda común de la
plenitud y se convierte en Buena Noticia para las demás familias.
Todo ello
viene marcado por el sacramento del matrimonio que da comienzo a un apostolado
especial, que hace partícipe a la familia de la misma misión de Cristo. Caer en
la cuenta de esto es fundamental para asumir su propia misión eclesial. Esta
debe asociarse a la acción de la Iglesia, por ser parte de la Iglesia; debe
hacerlo de una forma especial, conforme el sacramento recibido y en las
circunstancias que la vida familiar le ofrece. La familia se convierte entonces
en sujeto activo de evangelización, no por un encargo recibido o una
delegación, sino por su propio ser, la vida misma de las familias. Se
constituye en vida de la Iglesia misma y por ello, construyéndose como familia
cristiana, realiza en la historia la misión sacerdotal, profética y real
conferida por Cristo y la Iglesia.
En la
concreción de esta triple misión, que la convierte en auténtica familia
misionera, la familia deberá ser fiel a sí misma, testimoniando de modo
silencioso una vida vivida en Cristo. La familia cristiana, conforme va
madurando en la fe, debe ser cada vez más consciente de que es necesaria su
participación en el anuncio explícito de Jesucristo6,
convirtiéndose en sujeto activo de la pastoral familiar (cf. Sínodo, n. 30).
Este anuncio debe llegar a los alejados, las familias que no creen todavía y a
las familias cristianas que no viven coherentemente la fe recibida7. Es entonces cuando tomamos conciencia, se
descubre que la familia necesita una continua evangelización para llegar a ser
comunidad evangelizadora y poder cumplir su misión en la Iglesia y en el mundo.
Ahí es donde se concreta la vocación de los cónyuges: ser, entre ellos y para
los hijos, testigos del amor de Cristo. Ese testimonio debe llegar también a la
sociedad.
La
familia cristiana está también llamada por Cristo a servir al Reino de Dios y a
difundirlo en la historia. Es parte de su misión. La familia cristiana no debe
vivir replegada egoístamente sobre sí misma sino que ha de vivir encarnada en
la sociedad y la ilumina y enriquece por los valores compartidos y experimentados
en el seno familiar. El fundamento del amor orienta en la comunidad de personas
a un reconocimiento profundo de la dignidad y vocación de todos los que la
constituyen y, consiguientemente, al reconocimiento y promoción de sus
derechos. Esta tarea es una de las manifestaciones del protagonismo de la
familia en la misión de la Iglesia y contagia a la función de la familia en la
construcción de la sociedad.
Las familias deben estar siempre al servicio de todos sus miembros,
especialmente de los niños, los enfermos y los más ancianos, que son los más
vulnerables. Este servicio crea una sensibilidad nueva, pues ayuda a valorar a
todos, no por lo que tienen o por lo que
aportan, sino por lo que son. Servir al evangelio de la familia y de la vida
implica además el servicio a las otras familias y, sobre todo, a las familias
necesitadas.
Queridos
laicos y queridas familias: en este año los obispos de la CEAS, siguiendo la
estela de trabajo y reflexión a la que nos convocan los actuales Sínodos de los
Obispos, os animamos a redescubrir la gran fuerza evangelizadora que tiene la
familia cristiana y a ponerla al servicio de la Iglesia y de la sociedad.
✠ Javier
Salinas Viñals, obispo de Mallorca, Presidente
✠ Mario Iceta Gavicagogeascoa, obispo de Bilbao, Vicepresidente
✠ Juan Antonio
Reig Plá, obispo de Alcalá de Henares
✠ Carlos Manuel Escribano Subías, obispo de Teruel y Albarracín
✠ Antonio
Algora Hernando, obispo de Ciudad Real
✠ Francisco
Cases Andreu, obispo de Canarias
✠ Francisco Gil Hellín,
arzobispo de Burgos
✠ Xavier Novell Gomà,
obispo de Solsona
✠ José Mazuelos Pérez,
obispo de Jerez de la Frontera
✠ Ángel Rubio
Castro, obispo, emérito, de Segovia
✠ Gerardo Melgar Viciosa, obispo de Osma-Soria
✠ Juan Antonio
Aznárez Cobo, obispo auxiliar de Pamplona y Tudela
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